martes, 26 de abril de 2011

Rodrigo Fresán y Residuos.

En 2008, cuando publicamos Residuos, tuvimos la fortuna de leer en Letras Libres una magnífica reflexión de Rodrigo Fresán sobre la novela, que reproducimos aquí con motivo de la reedición de Residuos en la Colección Quinceporquince.

Residuos no solo es una de las mejores novelas que Lengua de Trapo ha publicado, es una de las mejores novelas que muchos de nosotros hemos leído en los últimos años. Y no, no es una afirmación meramente promocional y gratuita, es, simplemente, cierto.

"Residuos –primera novela del inglés Tom McCarthy (1969)– comienza cuando un objeto caedor no identificado se desprende de las alturas y lastima gravemente al protagonista, produciéndole primero un coma profundo y después una rara amnesia, pero también haciéndolo beneficiario de una indemnización de ocho millones y medio de libras esterlinas. A cambio de semejante suma, la víctima ha acordado no revelar la identidad de los responsables, por lo que no sabemos qué fue lo que golpeó al hombre. Tampoco importa demasiado.

Y tiene su gracia que Residuos produzca, de algún modo, un efecto casi similar en el lector: una novela diferente, que nadie esperaba y aparece como caída del cielo, que no recuerda a ningún título reciente y que convierte a quien la lee en alguien mucho más rico de lo que era por el solo hecho de leerla y disfrutarla.

Conviene aclarar aquí –por las dudas– que el verbo disfrutar tiene muchos rostros y que Residuos no es una lectura “alegre”. Por lo contrario, la novela de McCarthy –al igual que aquella otra ignorada obra maestra de Jim Crace, traducida torpemente como Y amanece la muerte y que pasara completamente inadvertida por el lector en español– es uno de esos libros que exigen cierto compromiso de parte del lector. Compromiso que será ampliamente recompensado.

McCarthy –autor también del muy recomendable y original ensayo Tintín y el secreto de la literatura (Editorial El Tercer Nombre, 2007) y quien alguna vez se desempeñó en el cargo de secretario general de algo llamado la International Necronautical Society– presenta a su literalmente quijotesco héroe sin nombre y, súbitamente sin pasado, en una situación para muchos envidiable pero que enseguida demuestra tener sus riesgos: contar con el tiempo y los medios necesarios –luego de un epifánico y encandilador déjà vu durante una fiesta en la que contempla una grieta en la pared– para reconstruirse un ayer a medida mediante variadas y cada vez más ominosas escenificaciones. Para ello esta especie de flamante terrícola extraterrestre, con la constante y sumisa ayuda de Naz, un londinense de ascendencia india (gran personaje), adquiere edificios en Brixton y cerca de Heathrow donde escenificar diversas performances que lo acerquen –o lo alejen para siempre– a lo que fue o pudo haber sido o hubiera estado bien que fuera. Pronto, el protagonista –cada vez más adicto al control absoluto de todas las cosas– le reprocha al sol su pésima actuación.

Y la astucia –por qué no decir el genio– de McCarthy reside en contar todo esto dentro de algo que podría definirse como una novela-performance y que si bien por momentos despide destellos cromados de J. G. Ballard, arroja relámpagos psicóticos de Philip K. Dick, proyecta las obsesiones de las primeras películas de Christopher Nolan (Following y Memento) y destila la obsesión por el detalle nimio pero crucial de Nicholson Baker, resulta en un producto final que es inequívocamente Tom McCarthy. Lo legítimo y lo fraudulento, la duplicación y lo verdadero, lo auténtico y lo falsificable –aunque la maniobra esté a cargo del propio autor– como una de las Bellas Artes y motor de la acción. Y así lo prueba y lo comprobamos en una reciente, aunque escrita antes que Residuos, segunda novela de McCarthy, Men in Space –una pynchoniana reescritura del Sarrazine de Balzac con La oreja rota de Hergé transcurriendo en una Praga de fin de milenio donde se roba y se clona una obra de arte religioso– que ojalá traduzca pronto Lengua de Trapo, a la que hay que felicitar por presentar a este autor que sacude un poco el establecido paisaje del llamado Dream Team y alrededores.

Que ninguna editorial “de las grandes” haya reparado en McCarthy es incomprensible pero no novedoso: lo mismo le ocurrió a McCarthy en su patria. Residuos fue considerada “demasiado literaria” por los publishers de su país; finalmente fue editada en Francia por Metronome Press, una casa dedicada a los libros de arte en idioma inglés, tuvo un saludable éxito de culto y de allí, claro, salto a USA y regreso a UK (ingresando sorpresivamente en las listas de bestsellers) donde críticos y colegas –entre ellos el especialista en desórdenes mentales Jonathan Lethem y ese otro “raro” que es Rupert Thomson, por fin publicado entre nosotros por Mondadori– elogiaron su mezcla de thriller existencial, tractat filosófico sobre el consumismo y ensayo sobre el ser y el no ser más cerca de Godot que de Hamlet. Así, Residuos como una criatura que opta por ciertos tics de la noveau roman pero ninguna de sus taras y que, en otro orden de cosas, degrada al cada vez más obvio y predecible anarco-nihilista Chuck Palahniuk a la infantil categoría de esos malos alumnos en los fondos del aula que al principio divierten y demasiado pronto agotan.

En términos globales, estéticos y estilísticos –próxima a ser una película que esperemos esté a su vertiginosa altura, útil de enarbolar como insignia a la hora de distinguir entre lo que es una propuesta rompedora y lo que es, apenas, algo que se rompe en su fragilidad cuando se discute una renovación en las letras–, Residuos vuelve a demostrar algo que es ciencia sólida pero que pocos reconocen, prefiriendo la seducción de ciertas efímeras supersticiones: pocas cosas más transgresoras hay que una ejecución elegante al servicio de una trama original narrada con prosa virtuosa. En Residuos, la vanguardia marcha a la retaguardia de una buena historia y un mejor personaje y está bien que así sea. William Burroughs alguna vez afirmó, con cierto sarcasmo, que “se le dice a una novela experimental cuando el experimento salió mal”. McCarthy –por suerte para nosotros– firma algo que es nada más y nada menos que una gran novela sin necesidad de adjetivos que la califiquen y la malogren en un pobre laboratorio donde no se descubre nada.

En términos estrictamente personales, íntimos, pero ya no privados, cómo me hubiera gustado escribir este libro."

Rodrigo Fresán, Letras Libres, marzo de 2008.
http://www.letraslibres.com/index.php?art=12793

lunes, 11 de abril de 2011

ROSAS TRES AÑOS DESPUÉS, por Pablo Gutiérrez.


Rosas, restos de alas son cien páginas de viaje, memoria y brecha.

Cien escritas en el filo, pensando en no terminar ninguna, casi convencido de que nadie, quiero decir,

NADIE

iba a leer ni siquiera hasta la nueve.

Luego vinieron otras páginas y otros personajes, metido en los zapatos de un optimista con viento a favor. Se escribe mejor, mucho mejor y más caliente cuando sabes que habrá un lector al final del proceso. Así fue Nada es crucial, con dudas e inseguridades pero sin la misma desolación que en Rosas. Cobijo.

No hay que ser llorica cuando se escribe, ya. Hace unos días tuve la suerte de sentarme junto al Quince por Quince Rafael Reig, que decía algo así como “si vas a escribir sobre la novia que te dejó, mejor no escribas.”

De acuerdo.

Muy de acuerdo.

Pero resuelta que mi pobrecita Rosas cuenta la historia de un tipo al que le deja la novia y a

partir de ahí no le encaja la camisa y decide

meter todas sus cosas en el coche,

dejar el trabajo,

cruzar una frontera próxima,

surfear el Atlántico bravo,

leer a Goytisolo.

Reig, perdóname, tú narras como nadie y enlazas y arremetes y zumbas al Enemigo, me hiciste reír y cabrear en la justa medida con tu Todo está perdonado, tan oración atributiva y maximalista que encaja en el reverso de Nada es crucial; perdóname, pero yo también escribo sobre uno al que lo dejó la novia, fíjate qué simpleza. Como tengo algo de sofista, se me ocurre una linda teoría acerca del valor existencial de ese testimonio, el malestar –ejem- de la cultura y la espiral del malentendido según el antipsiquiatra Ronald Laing, blablá.

Pero no. No justifico. Fundamentalmente, Rosas es un desamor.

No es novela social.

No es novela de codo ni reflexión.

Es palabra y mucha lírica, sí.

Lírica y tono.

Y también surf.

Surf espiritual.

Y a lo mejor resulta que sí es novela social porque vuelven los descampados, los ochenta severos en incluso los filis, que son como neocristianos en boceto.

Hay adolescentes, hay bronca, hay escapismo.

No quiero ser grandilocuente, pero lo cierto es que escribí Rosas, restos de alas casi convencido de que no escribiría nada más. Y escribí por decantación, además, en papel secante que absorbiera y miniaturizara una novela fallida anterior y muchas ideas y proyectos huérfanos. Después sucedió que acudieron los lectores, mágicamente. Y todo lo demás.

Y a partir de ese momento ya no importaba si surf o novias reticentes o chavales perdidos. Rosas ya no me pertenecía, fluía como las izquierdas en el Cabo de San Vicente, lentas y ordenadas como líneas de tipógrafo, rompiendo palmo a palmo sobre el arrecife.

Ahora Lengua de Trapo la reedita, y yo le lavo la cara, enderezo algún estropicio y relleno lo que le falta con otros cuentos y experimentos. Va.

PABLO GUTIÉRREZ

martes, 5 de abril de 2011

ALMA, RESTOS DE ALAS por Javier Moreno

Alma nace como respuesta (es un decir, nadie empieza a escribir una novela para responder a una pregunta, no se escribe una novela como quien redacta un examen) a la pregunta por la intimidad y, por tanto, del sujeto. ¿Qué es lo que nos conforma? ¿Somos un álbum de fotos, las opiniones que de nosotros tienen los amigos y los enemigos, un perfil de Facebook? Quizás la intimidad no es aquello que creíamos. Quizás la intimidad ha dejado de ser un presupuesto para convertirse en una tarea que tiene que ver más con las palabras que con la salvaguarda de ciertas imágenes. Quizás la intimidad ya solo sea un reducto inencontrable salvo en los libros, un privilegio de escritores, un objeto precioso. Esta novela, como Rosas, restos de alas, de Pablo Gutiérrez, podría ser un libro de instrucciones (Cómo ser J. M., Cómo ser P. G.), los pasos a seguir para fabricarse un alma (un alma es, por ejemplo, un archivo de palabras e imágenes, una carpeta de ordenador organizada en categorías siguiendo un esquema tan absurdo como el de la enciclopedia china de Borges), un alma –casi- freeware, fotocopiable, a disposición de cualquiera. Esta novela, como se verá, responde sobre todo a una voluntad democrática. Por varios motivos:

1.- Todas las almas valen lo mismo, la del autor y la de los personajes.

2.- Lo minúsculo se equipara con lo trascendente. De hecho lo minúsculo es ascendido a la categoría de trascendente.


Por otra parte, está la pregunta de si merece la pena seguir escribiendo ficción en un mundo que vive instalado en ella. Se ha hablado mucho sobre el tema y esta novela -qué esperaban- no es una respuesta definitiva, sino otra manera de reformular la pregunta.


Y, nunca insistiré lo suficiente, no, no soy el director de El País.

JAVIER MORENO.

lunes, 4 de abril de 2011

Leche, cacao, avellanas... ¿y qué?

Hay mucho falso debate, disyuntivas vacías, distinciones que no separan nada, alternativas que sólo marcan una dirección: Chacón o Rubalcaba, capitalismo anglosajón o renano, realidad o ficción, música auténtica o comercial, artesanía o industria, plátano de Canarias o el otro...
… y, claro, literatura fragmentaria, mutante y vanguardista o literatura lineal, realista o clásica, que es la falsa alternativa objeto de este post y que (no) representan los dos libros que saca ahora Lengua de Trapo.
Sí, salen en unos días, y a la vez, una novela de Pablo Gutiérrez y otra de Javier Moreno, una supuestamente menos vanguardista y lineal, otra aparentemente fragmentaria y donde ficción y realidad quedan confundidas o, en todo caso, la ficción ya no parece ser ese lugar al que recurrir para dar cuenta (y hacer cuentas con) lo real.
Dos novelas que podrían ser objeto de un debate entre lo neo y lo post, entre lo clásico y lo radical y que, sin embargo, marcan una única tendencia, una sola dirección, la de la literatura que se puede hacer hoy, esa que busca en la palabra algo más que un medio de comunicación: palabra sentida, palabra con sentido y sentidos; esa que reconoce la dificultad de separar hoy ficción y realidad y que tiene por tanto que asumir un nuevo lugar para la ficción: en la memoria, en la experiencia o en el propio lenguaje; esa que no ignora la dramática polarización (esta sí es una disyuntiva, y de las duras) entre el lector de tramas y el lector; esa que busca nuevas formas de expresión que den cuenta de nuevas formas de experiencia…
… pues eso, dos novedades en la colección Nueva Biblioteca de LdT: la primera novela de Pablo Gutiérrez, agotada desde hacía tiempo y de necesaria lectura hoy, Rosas, restos de alas –completada la edición con cinco relatos magníficos-, y la última novela de Javier Moreno (no, no es el director de El País), Alma, que, después de Click (fue Nuevo Talento FNAC hace unos años), se asoma al universo de la auto-ficción con resultados tan eficaces como necesarios.
Necesidad, sí, esa es la palabra que hace volar las falsas dicotomías en la literatura hoy: necesidad literaria, eso es lo que tienen ambas novelas. Necesidad de escribir y no de inscribirse en una tendencia, un discurso, una cuota de mercado, una tesis o una fiesta.